parece
que contar historias tristes
se
me da muy bien.
Hoy
me estoy subiendo a un tren
de
ida pero sin vuelta.
Es
el mismo tren con el que ayer
a
aquél hombre dejé atrás,
junto
a su sólo, solitario
bandoneón.
Miro
por la ventanilla y aún puedo ver
sus
ojos,
su
cara,
sus
guantes, que todavía se agitan en el aire
implorando
que regrese.
Me
siento en mi asiento
y
me preparo el café, antes de que se me vuelque sobre la falda.
Sonreí.
Le
voy a poner azúcar,
porque
sé que no te gustaba.