lunes, 18 de abril de 2016

Me gustan las puertas cerradas

Hace poco me di cuenta de algo. Me gustan las puertas cerradas. Suena raro, ¿verdad? Y bueno, puede que lo sea. O tal vez no tanto. Me explico. Cuando veo una puerta cerrada, lo primero que me pregunto es qué habrá dentro. Luego, por qué está cerrada. Y es probable que lo esté, por eso mismo que guarda.
Exactamente igual me pasa con los ojos oscuros. De esos que no se diferencia la pupila del iris. Y no, no me canso de hablar sobre los ojos de la gente. Porque, como quien dice, son la ventana del alma. Los ojos negros no me dejan ver a través, siempre están escondiendo algo. Siempre algún secreto guardan. Ocultan.
Pero no es necesario tener ojos inexpresivos para captar mi atención, y es este punto a donde quería llegar. Conozco varias personas a las cuales no se les puede ver por dentro, ni siquiera un poco. Y sé lo que estás pensando, querido lector. En una persona tranquila, tímida, retraída. Pero no. Esa gente grita en silencio. Yo quiero hablar de la gente que calla.
Pasa que este tipo de personas, por x o y razón, cerraron con llave y jamás volvieron a salir. Es por esto que me gustan, porque sé que puedo abrirlas. Creo que no hay sentimiento más bello que el tirar la puerta abajo y poner, aunque sea la punta del pie, dentro de estas personas. Y es que las quiero.
Fue entonces cuando me di cuenta de que me gustan las puertas cerradas, porque siempre hay algo dentro esperando por ser descubierto.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario