La casa se encontraba sola
y se sentía vacía.
Hacía falta ella.
Estaba todo a oscuras
con las ventanas abiertas,
y corría el frío invernal
que helaba lo más profundo de mi pecho.
Hacía falta su risa tintineante,
hacía falta el calor de su alegría
y la dulzura de su voz.
Me dolía su ausencia;
aunque su presencia era peor.
Y me carcomía la envidia.
Porque era tan bella;
tan buena.
Tan ella.
Tan luminosa,
y no oscura como yo.