martes, 17 de mayo de 2016

Porque...

Porque sus ojos celestes ahora me miraban con tristeza,
y sus lágrimas transparentes terminaban volviendo
aún más azul, su marino iris.
Profundo.
Combinado con el rojo ardor que provocaban en ellos.


Porque sus manos delicadas
ya no tenían fuerza ni para saludarme,
y sus anillos se le resbalaban.


Porque sus pasos se volvieron más lentos,
y cuando la llamaba no volteaba a mirarme.
Y aceleraba,
mientras tapaba su cara,
para no verme, siquiera.


Porque la amaba, quise seguirla amando.
Incluso sabiendo lo rota que estaba,
y que yo no era capaz de arreglarla.
Incluso sabiendo que yo era, en gran medida,
quien cargaba la culpa.


Incluso siendo yo el también
marino, y frío
azul donde ella se ahogó.

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