¿Por qué? ¿Por qué tuvo que pasar?
¿Por qué tuvo que llegar el momento en que tus ojos,
resplandecientes como el primer rayo de sol,
que atraviesa el tupido y verde prado en la mañana,
se apagaran?
Aún recuerdo tus manos temblorosas.
Se movían alocadamente, y tus dedos trazaban lazos
y jugaban con el aire.
¿Por qué esas alegres manos debieron detenerse?
¿Por qué lo veías como algo malo? Mi vida,
ellas surcaban y agitaban el viento en un acelerado compás.
¡Tenían tanta gracia!
Después de mucho tiempo, me enteré que no eras quien las movía.
Ellas danzaban a su gusto,
y no te daban ni un respiro.
Ahora hallé la respuesta a mi pregunta.
Todos merecemos un descanso.
¡Es culpa de los caprichos de esas manos que te hayas ido!
El espectáculo acabó, y espero aún así
espero puedas escuchar mis palabras.
Descansa, mi vida. Descansa.
Lo mereces todo.
Ya llegará también mi turno.
Me recostaré en la pradera
junto a ti,
y con mis manos te ayudaré a contar
cada una de las estrellas que veas
con tus ojos resplandecientes, vida mía.
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