sábado, 2 de mayo de 2015

Vida mía

Hace más de ocho años que me pregunto lo mismo.

¿Por qué? ¿Por qué tuvo que pasar?
¿Por qué tuvo que llegar el momento en que tus ojos,
resplandecientes como el primer rayo de sol,
que atraviesa el tupido y verde prado en la mañana,
se apagaran?


Aún recuerdo tus manos temblorosas.
Se movían alocadamente, y tus dedos trazaban lazos
y jugaban con el aire.
 

¿Por qué esas alegres manos debieron detenerse?
¿Por qué lo veías como algo malo? Mi vida,
ellas surcaban y agitaban el viento en un acelerado compás.
¡Tenían tanta gracia!


Después de mucho tiempo, me enteré que no eras quien las movía.
Ellas danzaban a su gusto,
y no te daban ni un respiro.


Ahora hallé la respuesta a mi pregunta.
Todos merecemos un descanso.
¡Es culpa de los caprichos de esas manos que te hayas ido!
El espectáculo acabó, y espero aún así
espero puedas escuchar mis palabras.


Descansa, mi vida. Descansa.
Lo mereces todo.
Ya llegará también mi turno.
Me recostaré en la pradera
junto a ti,
y con mis manos te ayudaré a contar
cada una de las estrellas que veas
con tus ojos resplandecientes, vida mía.

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