lunes, 10 de abril de 2017

Intento de llanto

  Hoy vengo a escribir sobre un intento de llanto. Sí, así como lo dije, un intento. Porque me pasó entre risas nerviosas y un dolor inmenso en la boca del estómago, pero no hubo lágrimas.
  Yo me encontraba "tocando" la guitarra (y lo pongo entre comillas porque lo que yo hago me parece una ofensa a los guitarristas) sentada al borde de un banquito mientras mis amigas charlaban en un lugar un poco más alejado dentro de la habitación.
  En un momento el sonido de sus voces se comenzó a disipar. Habían notado mi cara, y entre susurros debatían si era conveniente hablarme o no en ese momento.
  Me preguntaron si estaba bien. Contesté que sí, que no, que tal vez, que no sabía. Empecé a contar lo que me había pasado antes de juntarnos a tomar mates, o almíbar. Le ponen tanta azúcar que yo la verdad ya no los sé distinguir.
  Comencé a transpirar, la guitarra se me resbalaba por sobre las medias de nailon, y mi torpeza no me ayudaba mucho a sostenerla sobre el regazo. Tartamudeaba un poco y me reía compulsivamente mientras hablaba.
  En un momento sentí una presión fuerte en el pecho y un nudo que me subía verticalmente por la garganta. Me callé. Las chicas me miraban fijo. Fue entonces cuando pensé "ya está, ahora me largo a llorar". Me palpitaron los párpados por un segundo, pero no pude soltar lágrima alguna.
  Pataleé con fuerza contra el piso cual nena chiquita encaprichada y berrinchuda, tratando de calmar la impotencia que sentía y de no gritar desaforadamente. Aunque algunos chillidos se me escapaban entre los dientes.
  Pocas veces llegué a pensar al llanto como algo lindo. Pero exactamente eso pensé: "qué lindo sería estar llorando en este momento". Cualquier cosa era más linda que esa ensalada rusa de emociones que me revolvía el estómago y me hacía doler.
  En cambio el llanto es agua. El agua fluye siguiendo su propio cauce, y con ella los problemas fluirían también.

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