jueves, 5 de mayo de 2016

Mujer

Yo estaba desnuda, con los pies descalzos. Lo único que cubría mi cuerpo eran las pulseras de plata que uso hace tantísimos años. Nunca desde entonces me las había quitado. Es más, jamás había pensado en quitármelas. No hasta que la conocí.
Ella se encontraba justo en frente de mí. También desnuda. Tan libre, tan fresca. Sin ninguna atadura. Se acercó despacio. Sigilosa. En ese momento temblé. Recorrí su anatomía con mi mirada. Visualicé sus tatuajes. Eran demasiados como para siquiera estimar un número.
Fue entonces cuando la miré a los ojos. Ella miró los míos, y sin dejar de hacerlo tomó suavemente mis muñecas. No aguantaba sus pupilas e iris sobre mí. Miré nerviosa mis muñecas, luego su cara, luego mis muñecas y así varias veces.
Delicadamente deslizó sus dedos y maniobrando sus largas uñas, perfectamente pintadas, me despojó de mis pulseras. Era la primera vez en toda mi vida en la que me sentí plenamente libre. Yo era un pequeño pajarito tembloroso, al que le habían abierto la puerta de la jaula en la que él mismo se había encerrado. No fue hasta haberla conocido a ella, y específicamente ese momento, que pude por fin saberlo. Era definitivo. Nunca me había sentido tan mujer.

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